Por Nuria Otero y Beatriz Fernández.
Ponencia presentada dentro del marco de las Jornadas: Las distintas caras de la Vivencia Maternal.
Todos conocemos el ciclo vital de los seres vivos: nacen, crecen se reproducen y mueren. Todos conocemos más o menos cómo se inicia un embarazo, cual es su desarrollo y cómo se puede dar el momento del parto. A todas nos han contado que nos quedamos embarazadas y, nueve meses más tarde, nos llevamos de premio un precioso bebé a nuestra casa. Pero en muchas ocasiones este ciclo vital no se cumple o lo hace con dificultades, incluso es posible que ese “premio” no llegue y hemos de afrontar esa ruptura.
Como ya sabemos, una de las causas de hospitalización en el embarazo es la amenaza de aborto. Muchas veces todo queda en un susto, reposo y control posterior durante un tiempo o durante todo el embarazo. Pero, tristemente, otros finales no son felices.
Más mujeres de las que imaginamos han tenido que pasar por la pérdida de un bebé tanto en las primeras semanas de embarazo como, con menos frecuencia, en etapas más avanzadas de su gestación.
La noticia de la pérdida de un bebé genera en la mujer y en su pareja no solo tristeza, sino múltiples sentimientos que a veces no sabemos gestionar y van desde la culpabilidad:
- Nos decimos a menudo: “Si no hubiera cogido ese peso…”; “Si no hubiera dudado si tener al bebé o no…”; “Si hubiera cuidado mejor de mi mujer…”
Podemos pasar también por la negación a que esto sea real, que nos hace desconfiar de la tecnología que lo ha diagnosticado y de los profesionales que la manejaban por mucho que nos aseguren que el diagnóstico es correcto.
Y, al aceptarlo, podemos perder la confianza en nuestra capacidad física para ser madres, lo que puede marcar nuestras siguiente maternidades o incluso hacer que nos replanteemos la decisión de ser madres.
Todo esto nos puede ocurrir. Y realmente ni nos estamos planteando el demoledor efecto emocional de abortos repetidos.
Así podemos pasar por estados de:
- Culpabilidad.
- Dolor.
- Incomprensión.
- Baja autoestima.
Estas son algunas de las emociones que podemos experimentar y que en el hospital, ese lugar donde tenemos por toda ocupación dar vueltas a nuestras ideas y sentimientos, donde quien se suele dirigir a nosotras está acostumbrado seguramente a casos como el nuestro a diario, pueden hundirnos mientras, por otro lado, recibimos de modo rápido y rutinario informaciones y tratamientos que muchas veces no entendemos.
Nuestro proceso interior hace que necesitemos otros tiempos, otros ritmos para asimilar esas informaciones y tomar decisiones plenamente conscientes. Pero el sistema sanitario suele carecer de ese tiempo. El personal actúa del modo que marcan los protocolos y estos protocolos no suelen atender a las emociones de esa mujer y/o su familia.
Para el sistema se trata de ir preparando a las mujeres que van a pasar por un legrado de un modo eficiente, como si se tratara de una cadena de montaje que, por operatividad, es el sistema más efectivo y aconsejable. Pero humanamente destroza a la mujer, le hace sentir que es una “cosa” que se ha roto y han de arreglar. Y no se puede pedir a la mujer que entienda el por qué de ese modo de actuar del sistema. Bastante tiene con sobrellevarlo junto a su marea de emociones.
La atención a esas emociones es la que precisamente marca la diferencia. La que no elimina el dolor, pero ayuda a encauzarlo.
Nos ayuda a entender nuestra falta de culpa, a verbalizar lo que pensamos y sentimos para que podamos trabajar con ello; a ser más conscientes del procedimiento médico; a confiar en que nuestro cuerpo puede darnos el regalo de la vida.
¿Si en un accidente en el que perdemos a alguien querido podemos necesitar apoyo psicológico y/o emocional, en la pérdida de nuestro bebé realmente no es necesario? No, no es necesario: es fundamental.
Para el sistema sanitario, siguiendo el lenguaje médico y legal que han de utilizar, es un feto, un embarazo incipiente, una gestante primípara, un hematoma placentario…
Pero para nosotras es nuestro bebé, nuestra ilusión y esperanza de ser madres, nuestro primer y emocionante embarazo, el riesgo de que nuestro bebé no llegue a estar en nuestros brazos…
Evidentemente, el punto de vista hospitalario es absolutamente distinto al punto de vista emocional. Y lo es tanto en el embarazo, como en una pérdida y, por supuesto, en el parto.