Por Beatriz Fernández.
Ponencia presentada dentro del marco de las Jornadas: Las distintas caras de la Vivencia Maternal.
Cualquier hospitalización durante el embarazo, recordemos que se producirá por recomendación médica, pero, a la vez, con la conformidad de la mujer embarazada. Es necesario recordar que como usuarias del sistema sanitario tenemos una serie de derechos en cuanto a información y capacidad de decisión.
Habitualmente, los ingresos hospitalarios de las mujeres embarazadas, se producen por necesidad de control ante riesgos que se presentan para la madre y/o el bebé. Podemos encontrar así casos en los que los ingresos, entre otras causas, tienen alguna de estas:
• Amenaza de parto prematuro y/o aborto.
• Contracciones que no cesan.
• Enfermedades detectadas en la madre previamente o durante el embarazo (hipertensión, diabetes gestacional, otras enfermedades previas)
• Enfermedades del bebé detectadas en la gestación.
• Rotura o sospecha de rotura de bolsa amniótica.
• Ingresos preventivos (placebo ante enfermedad de la madre)
Ya que en la mayor parte de los ingresos se trata de controlar un posible riesgo detectado, los tratamientos durante la hospitalización se suelen basar en controles periódicos rutinarios como temperatura y tensión, además del propio que sea necesario por motivo de la hospitalización (monitorización, glucosa, etc…) tanto de la madre como del bebé, dependiendo de los casos.
En caso necesario, se administrará el tratamiento indicado. Esta es la parte meramente médica, pero de la mano van otras cuestiones que afectan a la mamá y el bebé. Cuestiones que no se pueden cuantificar, diagnosticar mediante una ecografía o un análisis de sangre o cuantificar en modo alguno porque son diferentes en cada mujer y cada bebé, así como en su familia.
Como todo lo que se hace en la vida, el ingreso hospitalario de una mujer embarazada, es algo que se ha de valorar teniendo en cuenta los beneficios y las consecuencias que puede traer. Porque la realidad es que el hecho de ser hospitalizada durante este período tiene una serie de efectos a nivel emocional que varían de una mujer a otra:
- La mujer embarazada, desde que ingresa, pasa a ser una paciente, y esto convierte automáticamente su embarazo en algo patológico, dejando de este modo de ser la “dulce espera” que todas han/hemos imaginado. Ese cambio de rol en una situación tan vulnerable como el embarazo es difícilmente encajada por muchas mujeres. Quedando algunas en ese papel hasta el día del parto o incluso después.
- La ansiedad en la búsqueda de información lleva a muchas mujeres a estar tan nerviosas que piden desesperadamente a los profesionales o a sus propias familias informaciones, seguridad, confirmación de cosas que no pueden ser confirmadas en ese momento porque requieren un tiempo concreto. Las mujeres se sienten indefensas, a merced de la información que se les da y que, dado que se trata del bienestar de su bebé, nunca es suficiente para estar tranquilas y en ocasiones ocurre que no llegan a entenderla adecuadamente...
- Además, es algo normal no sentirse tranquilas. Al fin y al cabo, están en un hospital. Será porque algo va mal, ¿no? Eso es lo que asociamos a un hospital. La primera palabra que viene a la cabeza suele ser enfermos, enfermedad, médico (que, por definición, trata a enfermos para curarlos). Entonces, es normal que permaneciendo en un hospital ingresadas, tengamos temor a qué pasará. Al hospital vamos a curarnos. No hablemos si, además, tenemos en cuenta las posibles experiencias previas de esa mujer. Si la última vez que fue a un hospital perdió a su madre, o estuvo a punto de morir, o perdió otro bebé, por ejemplo, el efecto es aún más demoledor.
- También es evidente que un hospital es un ambiente desconocido, que no nos inspira confianza; donde no tenemos ni nuestras cosas, ni nuestras rutinas y horarios, ni nuestro entorno familiar. Carecemos de elementos que nos den la calidez y confianza que tenemos en nuestros hogares.
- Este último punto puede llevarnos a sentirnos aisladas. La sensación de estar desconectadas de un mundo que, a través de la ventana de nuestra habitación de hospital, vemos continuar con su ritmo sin importar en absoluto si nosotras estamos o no.
- A todo esto puede ir asociado un sentimiento de “carga” para el entorno y preocupación sobre cómo lo sentirán ellos. Que nos lleva en muchos casos a una hospitalización solitaria por elección.
Así nos planteamos cómo, cuando un ingreso hospitalario se hace imprescindible, podemos paliar sus consecuencias emocionales.
La respuesta no es única, pero sí que tiene una base: la comunicación. Cuando nos comunicamos, cuando transmitimos nuestras ideas y emociones a una persona que nos escucha de verdad, descargamos en cierto modo nuestra mente y nuestro corazón e incluso conseguimos a veces darnos cuenta de que nuestro enfoque no es el más “sano” para nosotras. No es el que nos hace sentirnos mejor y llevar la situación del modo menos nocivo para nosotras mismas. No olvidemos que muchas veces lo importante no es sólo lo que nos pasa, sino también cómo lo vivimos.
Por ello, el acompañamiento es tan importante. Tanto el profesional como el personal.
Cuando estamos ingresadas en un hospital, nuestro agradecimiento ante un gesto de cariño, empatía o comprensión es enorme… algo que nos haga sentir bien aunque sea por dos minutos se convierte en un acontecimiento de ese día.
En toda esta situación el acompañamiento nos ayuda de diversos modos. Algunos beneficios que podemos tener al disponer de acompañamiento son:
- Hacer del embarazo de nuevo una espera en la que nos sentimos apoyadas. Nuestros acompañantes pueden ayudar a que dejemos de sentirnos como enfermas y volvamos a ser madres en espera de su bebé.
- El acompañante puede hacernos ver que la información llegará, hacer que nuestra ansiedad disminuya al tener la certeza de que esto será así. El embarazo es un momento de esperas y esta es una más de las que vivimos, seguramente angustiosa, pero una espera. Además, también nos puede aclarar alguna información que no nos haya quedado clara o impulsarnos a consultarla.
- El acompañamiento hace que nos sintamos más confortables, más arropadas, con menos sensación de estar fuera de lugar. Menos desvinculadas de nuestro entorno y nuestra maternidad. Menos descolgadas de ese mundo que, pese a que sigue su rutina sin nosotras, sí que nos tiene en cuenta.
En el embarazo todo en nosotras está cambiando. No sólo son cambios físicos, sino cambios emocionales, en la escala de prioridades, en la forma de ver lo que ocurre a nuestro alrededor, en nuestra forma de vernos a nosotras mismas, cambia también nuestro papel respecto al mundo, la forma en la que nos ven.
Todos esos cambios pueden llegar a ser abrumadores o confusos. Si a ello le sumamos dificultades en el embarazo, riesgos para nuestra salud y/o la de nuestro bebé y periodos de hospitalización en los que la visión de los demás y la nuestra propia sobre el embarazo y nosotras mismas es aún más compleja, todo el cambio que estamos viviendo se transforma en algo aún más confuso y en ocasiones en algo de lo que nos sentimos espectadoras. Que nos acompañen en el camino a recuperar nuestro embarazo, las riendas de nuestros cambios interiores y que esté por y para nosotras puede ser de gran ayuda.
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