Pero esa mamá vuelve a casa con los brazos vacíos. Un cuarto lleno de ropa, muebles, complementos, detalles y todo tipo de elementos comprados con sumo cuidado para que sean los perfectos para su bebé. Para ese bebé que nunca los usará. Para ese bebé que ya no irá a crecer en esa casa, ese cuarto y esos brazos... Ese bebé que ya tampoco está en el vientre donde ha crecido y recibido alimento y amor durante toda su vida.
Y así llega a casa esa madre, esa familia... con un vacío interior enorme, que lo consume todo. Y un
vacío cotidiano que cada acto, cada momento cotidiano que vivan, les recordará cada una de las pequeñas cosas que pensaban y esperaban compartir con su bebé pero que ahora están vacías... incompletas.
Porque cuando tu bebé marcha, tu mundo entero creado para él o ella se va detrás... y sólo queda el espacio que esperabas que ocupara en tu vida, en tu alma y en tu corazón. El espacio que ya habías empezado a crear para él o ella.
Habrá quien se acerque a esa familia con la mejor intención para aconsejar, para decirles que desmonten aquella habitación que ahora ya sólo les trae dolor. Que guarden en una caja la ropa o los juguetes para otro bebé que tengan. "¿Otro? Pero son suyos, no de otro". Pero es que esa identidad, ese espacio inmenso en nuestra vida de ese bebé es algo que la sociedad en general aún no ha creado, aún no le ha conocido, no le ha hecho presente. Y esos juguetes, esa ropa realmente para la sociedad no son de nadie... eran para alguien que ya no vendrá.
Las emociones con las que se han comprado, se han elegido y se han preparado son algo que llena a quienes han volcado todo ese amor y esa esperanza de vivir juntos, de crecer juntos. Pero no llenan a nadie más, nadie más las conoce o las comparte. No de ese modo.
También habrá quien simplemente evite el tema, evite encontrarse o hablar con esa madre, esa familia. Porque no saben qué decir, cómo actuar, cómo consolar o qué hacer para que se sientan mejor, no saben qué necesitan esas personas que ven desoladas. "Lo que necesito es que mi bebé esté aquí. Vivo, sano y feliz". Y es que no hay palabras mágicas, no hay fórmulas infalibles para consolar cuando lo que sucede te arrasa y es natural que te arrase. Nada de lo que se diga será lo que nos levante, lo que nos haga sonreir... porque nuestros motivos para sonreir son pocos o ninguno. Porque en ese momento necesitamos llorar. Y, de hecho, cuanta más intención se pone en ese "voy a ver si les animo", más complicado suele ser. Porque quizás sólo se ha de estar... estar ahí para quien en ese momento necesita llorar, necesita no sonreir, necesita dejar que salga la pena, la rabia quizás... Pero nos es difícil estar junto a esas personas en ese momento. En general, la sociedad no está acostumbrada a sentir y vivir eso junto a otros, sino a esconder las penas y los malos momentos.
Y quizás haya quien simplemente entre tras esa familia en esa casa, en silencio, observando la escena, el sentir... y ofreciendo un pañuelo si se necesita, llevando un vaso de agua si es necesario, haciendo una cena si es el momento... Dejándose a sí mismo en la puerta y volcándose en esas personas, en esa familia que tiene un inmenso vacío donde antes había ilusión y vida.
Cada uno de los que estamos cerca de estas familias podemos elegir cual de esas personas somos, cómo estamos junto a esas personas... y si somos capaces de estar del modo que necesitan.
Y cada uno de los que vivimos la despedida de nuestros bebés podemos también decir qué necesitamos en cada momento, elegir si deseamos estar acompañados o no y por quien... cómo y con quien queremos vivir nuestro duelo.
¿Qué elegís vosotr@s?
Bea Fernández,
Doula especializada en duelo y nuevos caminos maternales,
Madre.