jueves, 30 de octubre de 2014

EL IDIOMA UNIVERSAL...

Cuando vamos a tener un hijo, frecuentemente a la alegría inicial de parte de nuestro entorno cercano y no cercano le sigue una extensa explicación sobre lo mucho a lo que tendremos que renunciar, lo mucho que cambiará nuestra vida y lo complicado que es la maternidad, mostrarnos lo difícil y agotador que es criar a un hijo, entenderle y saber qué es lo mejor para él o ella sin equivocarnos. Todas las madres y padres tenemos en algún momento la sensación de que no sabremos qué deben hacer con ese pequeño ser que se convertirá en el centro de nuestra existencia y que no sabe comunicarse del mismo modo que los adultos.

Imagen de http://www.mywellnesslab.com/2014/03/masaje-infantil.html
Nos centramos entonces en buscar “soluciones” a los posibles llantos, algo que nos indique lo que quieren decir, en leer libros que más bien parecen manuales de instrucciones, ver videos y programas de "expertos" en el trato infantil que prometen darnos las normas de conducta a seguir con los nuestros para que "se porten bien" y sean "educados", convirtiéndolos en un niño más y no en un individuo con sus propias necesidades y emociones que pertenece a una familia, la nuestra, que tiene a su vez sus necesidades y emociones propias. Incluso “inventamos” máquinas que descifren qué significa el llanto de los bebés en cada momento.
Les hablamos a nuestros bebés, en base a muchas de esas "herramientas", como si fueran seres de otro planeta, o bien no les hablamos porque como realmente "no nos entienden"… ¿para qué hacerlo? ¿Pero de verdad nuestros bebés y nosotros estamos condenados a no entendernos? ¿Realmente no existe modo alguno de comunicarnos? Evidentemente un bebé no puede entender lo que es un enchufe y para qué sirve, lo que es un alquiler o una hipoteca, lo que significa el dinero y para qué se utiliza o se debería utilizar… Pero eso no quiere decir que no podamos transmitirles cosas. Sólo que debemos hacerlo de otro modo, encontrar nuestra propia comunicación mutua.

Un bebé viene de pasar toda su vida (sí, señores y señoras... la vida de una persona no empieza cuando nace, sino ya dentro del vientre de su madre) en contacto constante consigo mismo y con el útero de su madre. En contacto con el líquido amniótico que le rodeaba. Escuchando los sonidos del cuerpo de su madre y las palabras que ésta pronunciaba, a través de ese mismo líquido. Y también las de algunas de las personas que rodeaban a su madre y ante las que tanto el bebé como la mamá reaccionaban física y emocionalmente. Todo este tiempo de gestación no ha parado de recibir información tanto a través de las reacciones de su madre ante determinadas circunstancias como a través de sus propios sentidos, fundamentalmente a través del tacto y el oído, y, de repente, toda esa información se vuelve desconocida, ya que en algunos canales de recepción se atenúa, en otros se intensifica y, desde luego, todo el entorno es diferente a cómo era antes de nacer.

El tacto se reduce la mayor parte del tiempo al de la ropa que les ponemos y los sonidos empiezan a llegar de muchos lugares diferentes y de un modo menos amortiguado. Y, de repente, el resto de los sentidos también envían mucha más información de la que solían enviar dentro del útero materno. Nuestros bebés empiezan a acumular experiencias nuevas constantemente, a procesar nuevas informaciones cada momento y crear patrones de respuesta a cada una de esas nuevas aportaciones a sus experiencias vitales.
Por eso, el seguir manteniendo una forma de comunicación basada en el tacto es fundamental para ellos, ya que ha supuesto en gran medida canal de comunicación durante toda esa vida intraútero anterior de nuestro bebé y, además, su piel es el mayor órgano sensorial y a través de ella sigue llegándoles mucha información. Claro que no se trata de información como la entendemos los adultos, sino más basada en sensaciones sobre las que su cerebro trabaja para llegar a una asimilación y respuesta fisiológica, emocional...

Instintivamente, muchas madres dedican horas a mirar a su recién nacido, olerle, tocarle y decirle palabras o cantarle canciones que le cantaban durante el embarazo. Este instinto hace que mantengan el contacto con su bebé y que, a través de este contacto, se reconozcan mutuamente y se establezcan los primeros lazos de comunicación y emocionales entre ellos ya en el mundo exterior. Son momentos casi mágicos, en los que unas pocas palabras o sonidos y el contacto mutuo producen muchas sensaciones, muchas palabras no dichas... Porque las sensaciones son también un modo de comunicarnos, de hecho son un modo universal de comunicarnos. El más universal que existe.

Imagen de http://www.mywellnesslab.com/2014/03/masaje-infantil.html
Pero las exigencias sociales y laborales suelen dejar poco espacio para momentos así. Se nos exige estar volcadas en volver a la sociedad, a nuestro ser anterior, a nuestra rutina (en la que, bajo el criterio de una parte significativa de la sociedad, cuanto menos influya el haber tenido un pequeño se considera que ha habido una mejor adaptación a la maternidad), volver al trabajo y dedicarnos a cuestiones mucho más prácticas que dejan de lado ese momento emocional y mágico que nos brinda el contacto con nuestro bebé. Y ya no digamos las exigencias que se plantean si esa madre tiene más hijos que, evidentemente, precisan de atención también. Por eso muchas madres necesitan reservarse un espacio para la experimentación emocional y sensorial de la piel con la piel, y el disfrute mutuo con su bebé a través de diversas actividades.
Muchas madres eligen el masaje como un momento en el que disfrutar de un contacto "extra", relajado, centrado en el tú y yo con su bebé... Y es que este momento no sólo es positivo para su relación con el pequeño y para vivir un espacio exclusivo para los dos, sino también para el desarrollo del bebé, tanto a nivel emocional y afectivo como a nivel físico y motriz.
Cuando damos un masaje a nuestro bebé le estamos transmitiendo mucha información con nuestras manos. El amor, la ternura, la confianza, la atención que le damos en ese momento llega a él o ella y le ayuda a sentirse tranquilo, seguro y querido. Además de contribuir con los movimientos de casi todas las técnicas de masaje tanto a relajar como a tonificar la musculatura, uniendo así sensaciones, emociones y comunicación y convirtiendo ese momento en algo casi mágico.

Existen muchas técnicas de masaje para bebés. Cada madre/padre y bebé han de encontrar los momentos y las formas para llevar a cabo la que resulte ideal para ellos. Pero todas se convierten en un momento especial de conexión y amor que les ayuda a disfrutar un poco más juntos. Cada familia ha de encontrar su propio idioma.


Bea Fernández
Doula en todas las etapas de la maternidad, 
especiallizada en Duelo y Nuevos caminos maternalles.
Telf: 600218964
serdoulasmadrid@gmail.com

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