A mediados del siglo XV muchas mujeres empezaron a ser
perseguidas, acusadas y condenadas por brujería en nuestro país y en muchos
otros. Eran estos procesos en los que, sin pruebas reales y con testimonios
débiles y sospechas, se torturaba y asesinaba sin pudor a quienes tiempo más
tarde se confirmó que eran simples mujeres contra quienes se habían levantado
falsos testimonios y también muchas de ellas eran curanderas o mujeres que
conocían remedios que la naturaleza aportaba o estaban conectadas con la
esencia femenina y su ser, algo absolutamente impensable en la época y aún
ahora visto como extraño al menos.
A esas mujeres a quienes se torturó y quemó en la hoguera no
se las escuchaba en sus explicaciones o motivos, no se las tenía en cuenta como
individuos, sino que se las incluía en un colectivo guiado por la maldad y con
objetivos contrarios a la moral de la época.
A esas mujeres se las obligaba a vivir bajo el estigma de la
sospecha permanente, del miedo a hablar por temor a ser dilapidadas en
cualquier momento y del temor a ofrecer su saber y su hacer libremente, aunque
supieran que podría ser beneficioso, porque ello podía llevar a que fueran condenadas
por un delito que no era tal: ser diferentes y ofrecer cosas distintas.
Recuerdo cuando leía sobre esas mujeres torturadas hasta que
confesaban su falsa brujería. Y recuerdo la impotencia que me causaba el relato
de toda aquella situación, cómo imaginaba su perplejidad, su desesperación y su
temor constantes por ellas y por sus familias. Como llegaba a entender que
muchas se aislaran, se convirtieran en ermitañas, lo que acrecentaba su ya
existente fama de brujas: “por qué se esconde si no ha hecho nada y es
inocente?”, se preguntaban quienes las veían sospechosas. La respuesta era una
y clara: miedo y no culpa.
Y recuerdo todas estas cosas no sólo porque sean algo que
sepa por haber leído sobre ello, sino porque a día de hoy encuentro situaciones
que me recuerdan las vivencias de esas falsas brujas que eran acusadas,
acosadas, acorraladas y condenadas sin prueba o derecho alguno a la defensa.
Sin dar credibilidad más que los testimonios de los poderosos o de quienes
querían complacerles o creían a ciegas a esos poderosos.
Y es que unas veces los poderosos son representantes de un
culto religiosos y hombres poderosos y en otras ocasiones son profesionales de
cualquier ramo. Pero el objetivo siempre es el mismo: erradicar aquello por lo
que nos sentimos amenazados o cuestionados.
Os pondré un ejemplo claro con el que se comprenderá por qué
revivo las cazas de brujas con absoluta claridad. Hace poco, en un grupo de una
red social enfocado a la crianza con apego y respetuosa (respeto, algo que
nombramos mucho pero que parecemos no comprender) una compañera se atrevió a
poner un artículo sobre la labor de la Doula. Se trataba de un grupo en el que
había informaciones, publicidades de servicios diversos, consultas entre mamás…
En fin, un grupo en el que otros profesionales y personas en general publicaban
libremente.
En cuanto apareció la publicación de la compañera, llovieron
las piedras sobre ella. Ninguna de las personas que la juzgaban la conocían o
sabían siquiera su modo de trabajar, pero ya estaba enjuiciadas y con la
sentencia en la mano solo por ser Doula. Y así continuó mientras ella clamaba
respeto y pedía que cualquier opinión que se vertiera estuviera fundada en
información, abría la posibilidad de diálogo con quienes la atacaban y esperaba
el mismo respeto que se ofrecía al resto de integrantes del grupo.
Las acusaciones llegaron incluso a recriminarle el
publicitarse, cosa que no estaba haciendo pero que sí había sido hecha por
otras personas en ese mismo grupo. Y, desde luego, se la acusó de cometer
intrusismo profesional, amparadas en el hecho de que hubiera ciertos colectivos
que así lo manifestaban respecto al colectivo de las Doulas. Todo ello en medio
de un supuesto espacio de respeto y apertura, de un espacio de libertad para
todos los integrantes del mismo… Para todos menos para una: la Doula que se
descubre como tal, la que no se esconde y dice con orgullo que lo es porque
sabe que nada malo hace en el ejercicio de su profesión.
La compañera visualizaba al inquisidor, el gobernador y los
alguaciles, convertidos en mujeres que, en base a una creencia y no a una
realidad contrastada e información, se estaban convirtiendo en sus verdugos
virtuales, visualizaba la pira en la que sería quemada mientras intentaba
apelar a la escucha.
Mientras, conocía el hecho de que incluso había habido personas
que se habían ido del grupo basado en el respeto y la libertad sólo porque
entraba una Doula… Las mujeres decentes del pueblo se habían apartado de la
bruja malvada no porque supieran que lo era, sino porque así lo habían oído decir…
Un ejemplo claro de inquisición, de querer eliminar aquello que no comprendemos
o no conocemos y nos causa temor o sospecha sin llegar siquiera a acercarnos a
ello.
Un ejemplo claro de lo que muchas compañeras viven día a
día. Compañeras que son madres y Doulas. Que participan en grupos de lactancia,
crianza, duelo, movimientos pro lactancia materna, pro parto respetado y otros
espacios en los que cualquier otra persona puede decir a lo que se dedica pero
ellas no. Ellas no son libres, no pueden decir que son Doulas porque se
sospecha de que estén intentando “captar clientes”. Que, digo yo, igual una
mamá que sea Podóloga también podría estar intentando captar clientes en esos
grupos, pero de ella no se sospecha.
Imagen de www.galleryhip.com |
Las Doulas no somos brujas, no somos intrusas, no somos
personas que nos levantamos una mañana
y decidimos “vivir de las mujeres”… Y
quien sea así, no es Doula.
Las Doulas somos profesionales que nos informamos y nos
formamos. Que permanecemos en el papel de acompañamiento emocional, que
complementamos las labores de otros profesionales desde la consciencia de los
límites de nuestro papel y la necesidad de cada mujer que decide buscarnos. Las
Doulas no somos advenedizas de la maternidad ni aprovechamos las carencias del
sistema para hacer nuestro negocio porque las Doulas siempre hemos estado al
lado de la mujer e incluso junto a la partera.
Las Doulas somos profesionales, los únicos profesionales que
nos dedicamos exclusivamente al acompañamiento emocional en la maternidad, sin más
objetivos ni aspiraciones que ofrecer ese estar a quien nos lo pide.
Estamos orgullosas de ser Doulas y cada día trabajamos y nos
trabajamos para ser mejores Doulas, y esa es la realidad. El resto son cazas de
brujas, de brujas que alguien quiere ver porque así lo necesita, como sucedía
hace siglos.
Bea Fernández
Doula en todas las etapas de la maternidad,
especializada en Duelo y Nuevos caminos maternales.
serdoulasmadrid@gmail.com
600218964
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