Desde
los 12 años he estado por debajo del peso que se considera ideal para una mujer
de mi estatura y edad. Por ello he tenido que pasar por sospechas de
malnutrición, por presuposiciones de que era una fan de las dietas y estaba
obsesionada, de que era una persona con fijación por no subir de peso y otras
muchas cosas. Hasta que, señores, me quedé embarazada.
En ese
momento todo el mundo empezó a decirme que me desfiguraría, que al fin iba a “tener
carne”, que ya sí que me iba a tener que acostumbrar a estar a dieta porque las
madres quedaban “con kilos de más” y más historias que tenían como objeto hacer
que tuviera cuidado con el peso que cogía. De hecho, cuando llevaba 11 kilos se
aconsejó a mi pareja que me “cambiara el alpiste” en un acto de infantilización
y falta de respeto absoluto hacia mi persona. Y, la verdad, lo ignoré por
completo porque llevaba una dieta adecuada y tampoco me asustaron porque no me
asustaba cambiar… estaba ocupada haciendo justamente eso: cambiar. Convertirme
en madre día a día.
La
realidad es que en muchas ocasiones el control de peso de la mujer embarazada
es fruto de ansiedad y de preocupación, en ocasiones de forma desmedida y con
una excesiva estandarización. Así nos encontramos a mujeres que llegan al
séptimo mes de embarazo habiendo “engordado” 10 kilos y son sometidas a dieta o
amenazadas con la pérdida de su persona tras el parto si no lo hacen. Todo ello
sin entrar a preguntarse siquiera si esta mujer sigue una dieta saludable o no.
Y si ella se siente bien como está o no.
La
ganancia de peso de una mujer puede oscilar fácilmente entre los 8 y los 16 kilos
a lo largo de todo el
embarazo sin que por ello haya que intervenir para
ponerla a dieta, salvo que exista alguna patología diagnosticada por un
profesional de la salud. Y ejercer este tipo de presión con el sometimiento de
una madre embarazada al juicio permanente de la báscula no favorece en absoluto
la vivencia positiva de la maternidad, sino que la convierte en una
preocupación constante. Y que traslada esta preocupación a su entorno a quien se insta en muchas ocasiones a que la vigilen, y desde
donde se la presiona para que se “controle” y no “engorde demasiado”.
Todos
sabemos que cada cuerpo es diferente pero es que, además, en el embarazo no
estamos tratando con un cuerpo en estado normal, sino en gestación. Cambiante,
en constante adaptación, en continuado reajuste hormonal y que, adicionalmente,
está plenamente vinculado a otro pequeño cuerpo en cambio permanente desarrollo
y crecimiento. Y conectados ambos a través de un órgano que “negocia” entre
ambos. Es decir, estamos frente a muchos factores que pueden variar de una
mujer embarazada a otra convirtiendo la estandarización “tarifa plana” en algo
contraproducente.
Una
mujer sana, con un bebé sano y una dieta razonablemente equilibrada engordará
aquello que ambos necesiten… Esa mujer no necesita presiones para mantenerse en
un peso “ideal”, no necesita “videntes” que le digan si quedará “gorda” o “delgada”
según el criterio de quien lo juzga. Necesita poder disfrutar de su embarazo, que
si la aconsejan sea desde el conocimiento de las necesidades nutricionales de
su cuerpo y su maternidad, necesita poder sentirse bien, vivir su embarazo y
decidir por sí misma si, dentro de la salud, se permite o no coger algún kilo
más.
Por
cierto… por si os lo preguntáis, cogí 18 kilos en todo el embarazo, no me
cambiaron el alpiste y 6 meses más tarde me volvían a llamar desnutrida porque
ninguno de esos kilos se quedó conmigo pese a no hacer más que criar a mi hija
y vivir mi maternidad.
Bea Fernández
Madre que no come alpiste,
Doula y Educadora Infantil.
serdoulasmadrid@gmail.com
Imagen tomada de: www.pregnacyweekbyweek.co.za
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