A veces las personas nos hacen regalos personales, otras nos hacen enorme regalos que van más allá La sociedad que vaciaba úteros.
de lo personal y benefician a much@s más. Y éste es el caso del libro de Irene Garzón,
Tenemos la inmensa suerte de que a nosotras no sólo nos ha regalado el hecho de haberlo escrito, como a todos, sino que nos ha ofrecido una pequeña parte de una de las historias que contiene: la de Ingrid.
Aquí os dejamos la historia de adelanto, así como la entrevista que Irene nos concedió en días pasados.
Gracias, Irene, por el trabajo y por el doble regalo!
Aeropuerto de Madrid-Barajas.
—¡Mamáa!
—¡Ay mi niña bonita! ¡Pero qué alegría tan grande! —exclama Alicia mientras corre hacia su hija y la estrecha en sus brazos.
—¡Qué guapa estás, mamá!
—¡Tú sí que estás guapa! Déjame que te vea. Pero si has engordado un poquito y todo. ¡Qué bien! Y yo que pensé que con lo mal que habrás comido, que seguro que venías más delgada aún…
—Mamá, siempre te las ingenias para recordarme lo delgada que estoy, incluso cuando me dices que he engordado— le dice su hija con una gran sonrisa.
—No, hija, yo lo decía por bien; que estás muy guapa, que te quiero mucho y que estoy contentísima de que estés aquí. ¡Ay! Cómo te he echado de menos —dice mientras la vuelve a abrazar
—. ¿Qué tal el viaje? ¿Estás muy cansada?
—Pues sí, mamá, estoy agotada. No he pegado ojo en el avión y encima, venía al lado de uno que acaparó todo el espacio que pudo y casi no podía ni estirar los pies; así que, me he pasado medio vuelo dando paseos por el avión.
—No te preocupes, cogemos un taxi, vamos a casa, comes algo y te acuestas.
—Bueno y tú, ¿qué te cuentas? ¿Te has echado un novio en mi ausencia?
—Pues no, hija, algún tonteo pero así, serio, na de na.
—Bueno, si te has dado una alegría de vez en cuando, eso está bien. Ya aparecerá un tío estupendo más adelante.
—¿Y tú?
—Pues como tú. Nada serio. Pero un montón de experiencias maravillosas, que ya te iré contando.
—Pues me quedo más tranquila, hija, que yo estaba temiéndome alguna salida de las tuyas, como que te volvías para allá, a vivir en la selva medio en pelotas porque te habías enamorado de un negro enorme.
—Pero, mamá, ¿dónde crees que he estado? —sonríe Ingrid— No me extraña que lo hayas pasado tan mal. Anda boba, no te preocupes que por ahora mis planes son quedarme por aquí y no irme demasiado lejos.
—Bienvenida a casa, hija —dice Alicia mientras abre la puerta.
—¡Ah, casa! Qué bien huele siempre esta casa. No sabes como he echado de menos este olor. El olor de mi casa. Tenía tantas ganas de volver a estar aquí.
—Hija, parece que echabas más de menos a tu casa que a tu madre.
—No seas tonta, mamá, pero entiende que he estado un año sin hogar, y eso es lo que más duro se me ha hecho. A ti te tenía cuando quería, aunque fuese por teléfono; pero esta sensación de descanso que se tiene cuando uno tiene una casa, eso llevo un año sin experimentarlo y es una sensación maravillosa estar entre las cuatro paredes de tu casa.
—¿Ves? Si es que no tenías que haberte ido.
—Mamá, por favor, no empieces. Estoy encantada de haberme ido, ha sido maravilloso. Lo mejor que he hecho en mi vida, ha sido tomarme este año para mí, pero es normal que haya echado cosas de menos, lo haya pasado mal en algún momento… pero la balanza está muchísimo más inclinada hacia el otro lado, así que no te hagas la víctima de mi viaje. Ya estoy de vuelta y no quiero empezar a discutir tan pronto. Vamos a disfrutarnos un poquito, antes de volver a nuestra rutina de discusiones.
—Claro que sí, hija, que no quiero ser yo quien discuta contigo. Te he hecho cocido. ¿Te caliento un poquito?
—Claro que sí, cocido de mamá ¡Qué maravilla! Yo voy a ducharme en lo que tú lo preparas, ¿vale? Mientras Alicia prepara la comida, Ingrid canturrea en la ducha. Está contenta y está encantada de estar de vuelta. Solo le queda contárselo a su madre y lleva un tiempo preparando cómo decírselo por lo que todo saldrá bien. Seguro que al principio se lleva un disgusto, pero ya lo entenderá; que para luchadora su madre, que la sacó a ella adelante: sola y con la cabeza bien alta. Ingrid cierra el grifo y se quita el agua de la cara con las manos, abre los ojos y allí está su madre, petrificada y con la boca abierta. —¿pero, hija?
—Lo siento mamá, no pensé que lo fueses a saber así.
—Pero, ¿no pensabas decírmelo?
—Claro que sí mamá, te lo iba a decir ahora durante la comida. No me parecía lógico soltártelo en medio del aeropuerto o en el taxi. Es algo grande y maravilloso y quería decírtelo aquí en casa. Voy a tener un hijo, mamá.
—Pero, ¿y de quién?
—Mío mamá; mío y tuyo. No hay ningún negro enorme esperándome en la selva. No te preocupes por eso. Este niño no tiene padre. Así lo he querido y así va a ser.
—Pero, ¿él lo sabe?
—No, mamá; ni siquiera yo sé de quién es. Deja de preocuparte. No me va a pasar lo que a ti. Este bebé va a tener una madre y una abuela maravillosas y nadie que dé problemas. Esto es lo que yo quería, esto no ha sido un descuido y quiero que te alegres por mí, porque estoy feliz. Te quiero mucho mamá —dice Ingrid mientras abraza a su atónita madre.
—Y yo a ti, hija, y yo a ti.
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