Pichón estaba condenado a muerte por ser un gato callejero, positivo a leucemia felina, con tiña y con una distrofia total en una de las patas delanteras que al principio fue confundida con una fractura. Tenía 4 meses y era una preciosidad pese a todas esas cosas que le marcaban como sentenciado al sacrificio.
En ese momento no pensaba en tener un gato, pero la imagen de ese pequeñín desnutrido, lleno de arañazos y con ese futuro tan oscuro frente a él hizo que propusiera a mi pareja adoptar al gato con los ojos más azules que he visto jamás. Y así, tras una foto que no admitía negativas, Pichón llegó a nuestras vidas. Con nosotros creció feliz y muy rodeado de amor, siempre tratando de que estuviera cómodo y de que su limitación de motricidad no le impidiera ser feliz.
Rechazamos de plano cortarle la pata salvo que fuera absolutamente necesario, así como someterle a cualquier otra intervención innecesaria, le alimentamos lo mejor que pudimos y le mimamos todo lo que él nos permitió. Pero el camino de Pichón entre nosotros llegó a su fin hace unos días.
La leucemia empezó a avanzar rápidamente y a agotar sus energías. Intentamos todo lo que pudimos, luchamos todo lo posible, pero él decidió dejar de hacerlo y despedirse de nosotros después de todo lo que nos había regalado en este tiempo.
Seguro que llegados a este punto os preguntáis qué tiene que ver esto con un aborto, pero os pido un poco de paciencia. En breve lo entenderéis.
En el momento de llegar al punto de no retorno, nos vimos obligados a tomar una decisión: dejar que sufriera o "dormirle", como se dice habitualmente a las familias que deben decidir si sacrifican a sus animales. Ahí estábamos, decidiendo la vida de nuestro pequeño peludín, que tanto significaba para nosotros, que era parte de nuestra familia y siempre lo será. Entre lágrimas, rotos de dolor pero con todo el tiempo y espacio del mundo que nos brindó nuestra Veterinaria, dimos el permiso para que le "durmieran" y nos despedimos de él.
Nuestra Veterinaria es una mujer amorosa, empática, profesional, respetuosa... En todo momento nos explicó cada detalle del estado de salud de Pichón, de sus previsiones, de los posibles tratamientos (en los momentos de esperanza) y sus consecuencias, de las diferentes opciones en cada momento... Estuvo con nosotros en nuestras lágrimas y también nos dejó libres en ellas.
Cuando llegó el momento de la despedida, nuestra Veterinaria nos ofreció estar o irnos, con delicadeza cogió la patita del gato y trató de no hacerle daño al poner la vía, pues bastante dolor estaba teniendo ya como para aumentarlo.
Nos calmaba a nosotros y a Pichón mientras lo manipulaba, nos preguntaba en todo momento si queríamos ayudarla o preferíamos no participar y nos recordaba que éramos totalmente libres para elegir irnos o quedarnos.
Y Pichón durmió, durmió para no despertar más, para quedarse en nuestros corazones y nuestros recuerdos para siempre.
Una vez más, la Veterinaria mostró su humanidad y nos permitió todo el tiempo que deseamos en intimidad para despedirnos de nuestro peludín de ojos increíbles. Le acariciamos, le besamos, le dijimos cuanto le queríamos y cuanto le agradecíamos todo lo que nos había dado en nuestra vida juntos y, abrazados, le dijimos adiós. Cuando salimos de la consulta, tras despedirnos, nos esperaba con una mirada comprensiva y cariñosa, sin prisas pese a haber finalizado su horario de trabajo nos explicó las opciones existentes, nos hizo el enorme favor de darnos tiempo para decidir qué hacer con nuestro gatito, de hacerse cargo de su cuerpecito mientras decidíamos libremente.
Y nos fuimos a casa. Lloramos, soltamos lo que necesitábamos y decidimos serenamente enterrar a Pichón. Ella nos preparó el cuerpo, lo colocó cuidadosamente como si estuviera en una de sus siestas, enroscadito, lo puso en una preciosa caja que elegimos para él, lo acompañó de un recuerdo de mi pareja, otro mío y una escultura de cartón que le representaba a él creada por manos infantiles amorosas, y nos lo entregó.
Pichón reposa a la sombra pero con rayos de sol fugaces, de esos que le gustaba disfrutar a la hora de la siesta. En un lugar tranquilo y sin mucha gente, como a él le gustaba estar. Con las visitas de su familia, que era a quienes quería a su lado...
Y nosotros reposamos en paz, vivimos nuestro duelo en paz, sabiendo que le hemos despedido con amor, con dignidad. Y agradecidos eternamente a una profesional y persona excelente con la que siempre estaremos en deuda.
Que qué tiene que ver la muerte de mi gato con un aborto? No penséis que es un gato, sino un bebé de pocas semanas de gestación. No penséis que es una Veterinaria, sino un/a profesional sanitario que os puede atender en cualquier hospital ante la noticia de la pérdida de vuestro bebé, o de la necesidad de decidir o no abortar porque vuestro bebé fallecerá dentro de vuestro vientre antes de poder vivir fuera de él.
No os gustaría una atención como la que os he relatado en ese momento?
Este escrito no es por un gato, un bebé, una experiencia de duelo atendida más desde la cercanía... Este escrito es por la necesidad de un cambio en el sistema. Un sistema tan absurdo que en muchas ocasiones no permite vivir con un bebé nada de lo que os he contado con la despedida de Pichón.
Bea Fernández
Doula en todas las etapas de la maternidad,
especializada en duelo y nuevos caminos maternales.
Que importante es el respeto por el otro, la delicadeza en el trato, la empatía y acoger el dolor de los demás.
ResponderEliminarLindo post, tan humano como la historia que nos cuentas.
Abrazos!
Precioso, Bea!!!!! Ojalá algún día todos los profesionales sanitarios tengan la sensibilidad, formación y apoyo para gestionar una pérdida como la veterinaria del relato.
ResponderEliminarNos alegra que os haya gustado. Realmente es muy importante lo que aportáis respecto a la empatía, el acoger el dolor y el apoyo y formación a los profesionales que están día a día en contacto con esas vivencias.
ResponderEliminarUn abrazo enorme!!