martes, 9 de septiembre de 2014

EN TU MISMO IDIOMA

Todo lo que se pueda decir se queda corto. A veces las palabras no llegan para describir algo. Y es que, cuando ese algo son emociones, queda descrito con cosas aparentemente tan sencillas como un gesto, una mirada, una caricia… En ocasiones las palabras son tan minúsculas o tan incompletas que no abarcan la sensación, la emoción o el sentimiento que pretenden transmitir.

Yo, que habitualmente soy de muchísimas palabras, tengo con mucha frecuencia la sensación de que no hay suficientes en todos los diccionarios que se nos ocurran para poder transmitir lo que escucho y siento cada día, cuando me siento junto a madres y padres en múltiples situaciones diferentes. Y he llegado a la conclusión de que esto tiene una explicación simple y clara: Las emociones son intangibles, no pueden ser medidas (siempre me ha parecido incoherente eso de estar “un poco triste”, por ejemplo. Porque o estás triste o no lo estás, pero estar “un poco triste” ya implica que sientes tristeza) Las emociones no han sido inventadas por nadie, aunque la palabra que las designa sí que ha surgido en algún momento concreto de la mente de alguna persona. Tampoco nadie las crea ni las destruye aunque haya alguna persona concreta que pueda ser “causante” o receptora de la emoción que siente otra.

Por eso las palabras, acostumbradas a designar objetos tangibles, inventados y mensurables, y aquellas dedicadas nombrar acciones funcionan perfectamente bien en campos donde lo que prima es este tipo de objetos o acciones. Pero en las percepciones, emociones, sentimientos y otras cuestiones no palpables ni visibles a simple vista las cosas son diferentes. Ahí siempre hay matices.
Nunca dos personas sienten la soledad del mismo modo, ni la nostalgia, ni la alegría, ni se emocionan igual. Además, todo esto no es mesurable ni comprobable siquiera. Nadie puede ver tu alma para decir si estás de verdad, triste, enfadado, feliz o asustado, por mucho que crea conocerte. Porque tus propias emociones las vives diferente según el momento en el que estés, según tu historia, tus vivencias, tus herramientas personales y tu percepción de ti mismo, entre otras cosas.
Así que, en definitiva, las palabras que designan todo el mundo emocional son más una cuestión de fé que una realidad.

Las Doulas trabajamos en un mundo básicamente de este tipo: emocional. Y, por tanto, aparentemente muy etéreo. En un mundo en el que casi todo lo que se nos transmite no es palpable con las manos o visible con los ojos porque es no material. En el que habitualmente no hay “todo”, “nada”, “nunca” o “siempre”, ni “poco” o “mucho” porque no es absoluto ni definitivo, sino muy cambiante. En este mundo en el que nos movemos nosotras hay muy pocas certezas y muchos sentimientos que, con frecuencia, fluyen en forma de preguntas sobre las que nosotras navegamos desde la escucha, la empatía y la comprensión.

Convive este pequeño gran mundo nuestro de la maternidad con un mundo mucho más amplio donde a las personas se las valora por lo que tienen o lo que nos pueden ofrecer, y quizás por ello no nos podemos ver sorprendidas por el hecho de que no se nos entienda ni a nosotras ni a las mujeres que deciden abrir su universo emocional en la maternidad.
Y es que el hecho parece ser que las Doulas somos esas mujeres extrañas que hablan de cosas que son más raras aún que ellas mismas. Hablamos de emociones que a veces son contradictorias, de espacio, de libertad, de contención y validación emocional, de escucha empática y activa, de respeto real, de responsabilidad, de consciencia... Alguien que habla de todo esto y que trabaja con ello día a día, creo que está claro, no pretende adoctrinar, dar clases de tipo alguno, hacer coaching ni dar indicaciones. Porque si así lo hace, sus palabras son vacías...


Personalmente creo que es normal que no se nos entienda, ni a nosotras ni nuestra existencia. Para comenzar, hablamos otro idioma diferente al habitual. Uno en el que las palabras no se convierten en objetos, sino que las emociones se disfrazan de palabras para intentar salir y lo hacen envueltas en un halo de respeto porque para respetar realmente es importante usar un lenguaje que así lo transmita.
Y, además, tampoco hablamos sobre nada que se pueda poseer físicamente, ni lucir. De nada con un valor económico que se pueda tasar. Sino que hablamos de cosas que no se ven, no se tocan, no se compran…

Esto nos ubica no sólo en otro lenguaje, sino casi en otro planeta. Con valores, prioridades y estándares absolutamente distintos a los que comunmente se ven en la sociedad. Pero esto no significa que seamos de otro planeta, o iluminadas, o sabias o nada similar... Somos mujeres. Mujeres que utilizan su formación, su experiencia y sus capacidades de empatía, comprensión y reflexión para acompañar a otras mujeres.
Mujeres que, desde el lenguaje y la comprensión de la maternidad emocional, permanecen junto a otras para, simplemente, darles la libertad de sentir y vivir ese espacio sintiéndose atendidas y comprendidas... Sabiéndose conectadas y sintiendo que se habla su  mismo idioma.


Bea Fernández
Doula en todas las etapas de la maternidad. 
especializada en Duelo y nuevos caminos maternales
http://serdoulasmadrid.blogspot.com.es/
serdoulasmadrid@gmail.com

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