miércoles, 27 de agosto de 2014

¿PENA? NO, GRACIAS

Vivimos en una sociedad donde las circunstancias negativas se ocultan, donde a casi todos nos es mucho más fácil aparentemente mirar para otro lado y no ver lo doloroso que nos rodea quizás porque nos recuerda todo el dolor que llevamos con nosotros pero que no hemos atendido, revisado o tratado de asumir.
Convivimos en una sociedad en la que ver llorar a alguien nos produce un cierto rechazo o, como mínimo, incomodidad. En la que se le dice a los niños que no lloren aunque lo necesiten, en la que se afirma que los hombres no lloran porque parecen más débiles o "menos hombres". Y en la que, en definitiva, se nos muestra que afrontar y aceptar nuestras emociones relacionadas con el sufrimiento o el dolor no es ni necesario ni positivo, sino que hemos de aparcarlas. Quizás por ello nos alejamos, miramos para otro lado con nerviosismo y tendemos a sentir lástima por quien llora, pena; pero pocas veces comprensión o empatía.


Cuando una madre/padre pierden a su bebé y muestran su dolor por la pérdida están no sólo en su derecho como personas de vivir un duelo por ese pequeño que era el centro de todo su universo vital y emocional y que no estará con ellos como habían imaginado, sino también en su derecho de ser valientes, mirar hacia dentro y negarse a cumplir con las exigencias sociales que les piden constantemente que se repongan sobre una falsa base de bienestar, que miren para otro lado, que no revisen lo que sienten, que no lo expresen y que no se “estanquen en el dolor”.

Pero reconocer nuestro dolor lícito y lógico frente a una pérdida de esta enorme importancia no nos estanca. El dolor que nos estanca es aquel que no se afronta, aquel que no se procesa, el que no se gestiona para convertirlo en un aprendizaje que nos haga crecer. El dolor reconocido, expresado, trabajado personalmente desde la valentía que implica confesar que ese dolor está ahí, que nos hace estar tristes, no entender lo que nos ha pasado, incluso sentir cierta rabia o indignación ante una situación que no consideramos justa; el dolor que somos conscientes de que tenemos y que enfrentamos no nos deja paralizados. Reconocerlo ayuda a avanzar, nos ayuda a aprender cosas de nosotros mismos y a reflexionar sobre algunas circunstancias que jamás nos hubiéramos imaginado en otros momentos de nuestra vida que llegaríamos a pensar.

¿Qué necesitan las mujeres y familias que pasan por este dolor? ¿Por qué han de justificar socialmente de forma permanente la valentía de reconocer, afrontar y expresar sus sentimientos?¿Por qué se les niega sistemáticamente el espacio y el tiempo para hacerlo?¿Por qué se les trata con pena y no con comprensión?
Para empezar, cuando sentimos pena o lástima por alguien nos ponemos por encima de esa persona del modo que sea; nos sentimos en una “mejor situación”, sea cual sea la circunstancia en la que nos encontremos realmente. Porque cuando es otro el que llora, es otro el que está mal o, al menos, peor que nosotros, que no lloramos... O de eso nos convencemos.

Es ese otro el débil, el que necesita compasión, el que no ha encontrado la energía para llevar sus experiencias de otro modo “más fuerte”, más entero, más valiente. Es ese otro el que no es capaz de enfrentarse a su vida o a lo que le está ocurriendo y por ello llora. Y solemos decirle que no llore más. Lo hacemos con adultos o con niños de forma permanente...


Pero yo me pregunto: ¿es realmente débil el que llora?, ¿es cobarde el que muestra su pesar o su emoción por algo o alguien?, ¿tiene menos herramientas para afrontar la vida quien decide o no puede evitar llorar ante algo que le ocurre?

En mi experiencia como madre que ha perdido varios bebés y como Doula que ha acompañado y
acompaña a otras madres y ayuda a formarse a otras Doulas niego que esto sea así. Niego rotundamente que quien es capaz de ser honesto consigo mismo y con los demás, escuchar sus emociones, ser coherente con lo que siente y expresarlo sea débil, cobarde o carente de herramientas. Quien asume sus emociones, mira dentro de sí mismo, acepta su dolor, su tristeza, se da permiso para expresarlas y lo hace de un modo absolutamente consciente es valiente. Es muy valiente y muy sabio. Y más en la sociedad en la que vivimos, en la que cualquier tipo de duelo tiene fecha de caducidad y algunos no están ni legitimados siquiera.


Quien es capaz de ser sincero consigo mismo y no mentir diciendo que está bien cuando no lo está, que busca su camino para elaborar el proceso que necesita, busca incluso apoyos personales o profesionales y comprensión no busca pena. Porque no es pena lo que necesita. No es la lástima lo que le va a apoyar y ayudar en su proceso, sino que se convierte en un escoyo más.


Por eso os invito a que cuando cualquiera de nosotros nos encontremos con una mujer o una familia que siente tristeza o desconsuelo por un bebé que no ha llegado a sus brazos o ha estado en ellos y se ha ido antes de lo que les hubiera gustado a todos no miremos para otro lado. Miremos dentro de nosotros, busquemos dentro de nosotros mismos la comprensión que nos gustaría que nos ofrecieran si nos sintiéramos así de mal. Y se la ofrezcamos si la necesitan.

A veces esa comprensión será solo escuchar, otras un simple gesto de cariño, otras dejarnos vencer por las emociones y llorar con ellos… Pero nunca será lo que llegue desde la pena.




Beatriz Fernández
Doula en todas las etapas de la maternidad, 
especializada en duelo y nuevos caminos maternales.
A Coruña y Madrid.
Correo electrónico: serdoulasmadrid@gmail.com
Telf: 600218964

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