En la sociedad en la que vivimos la seguridad en uno mismo es un artículo de lujo que muy pocos han conseguido tener realmente.
Casi todos de un modo u otro nos sentimos inseguros: por cómo hacemos las cosas, por cómo nos expresamos, por cómo nos relacionamos o por cómo somos físicamente. Y, en medio de muchas de esas inseguridades, llegan a nuestros brazos los bebés que recibimos. Llenos de energía, recursos y fuerza, pero absolutamente dependientes de nosotros para su supervivencia.
Casi todos de un modo u otro nos sentimos inseguros: por cómo hacemos las cosas, por cómo nos expresamos, por cómo nos relacionamos o por cómo somos físicamente. Y, en medio de muchas de esas inseguridades, llegan a nuestros brazos los bebés que recibimos. Llenos de energía, recursos y fuerza, pero absolutamente dependientes de nosotros para su supervivencia.
Adaptarse mutuamente es algo que se consigue con el tiempo, mediante el conocimiento mutuo y la apertura para la comunicación entre nuestros bebés y nosotros y la flexibilidad respecto a nuestras expectativas y creencias. Y muchas veces no tenemos claro si es que nos hemos adaptado a nuestra nueva vida como padres o es que nos hemos adaptado simplemente a la permanencia del cambio constante y vertiginoso que se instala en nuestra vida fruto de las evoluciones y logros de ese pequeño que ha llegado a nuestros brazos y a quien a veces nos cuesta entender, pero que es el centro de nuestro universo.
Hace poco, unos padres manifestaban lo que muchos otros padres y madres han comentado en nuestros encuentros: “nadie nos había contado que esto sería así. Todos nos hablaban de lo maravilloso que es ser mamá y papá, pero nadie nos ha dicho nunca que tiene momentos tan complicados de llevar”. Y es cierto; salvo las referencias a la ausencia de sueño que casi todas las madres y padres hacen, nunca se nombran los momentos de caos. Esos en los que ya no recuerdas si has comido o no, ni cuántos días hace que no sacas tiempo para ducharte o cuándo debías haber ido a pagar el alquiler o qué día de la semana es hoy. Esos en los que la crianza de tu bebé te tiene absolutamente envuelto y absorto, pues es lo más importante de tu vida. Porque, en realidad, tu bebé es tu vida.
Esto hace que quienes sienten ese caos dentro del amor, ese "no vivir" dentro de la vida más intensa, ese estrés dentro de la extraña armonía del posparto, decidan no contar nada porque ¿qué ocurre si lo contamos? ¿Qué pasa si decimos que nos estresamos en muchos momentos del día pese a tener un bebé sano y el apoyo de nuestra pareja o familia y una vida llena de amor? ¿Qué sucede si contamos que tenemos momentos en los que sentimos que no podemos más y nos preguntamos si podremos con la vivencia de la crianza? Y la respuesta es nada.
No pasa absolutamente nada. No dejamos de merecer ser padres, nuestro bebé no enferma ni piensa que
no le amamos, nuestro amor por él no desaparece ni le abandonamos. Simplemente reconocemos, conocemos y aceptamos que tenemos momentos en los que no todo es luz, que no vivimos en una felicidad permanente las 24 horas por mucho que seamos felices porque la personita que más amamos está con nosotros/as y está sana y feliz. Y simplemente nos damos permiso para reconocer que tenemos momentos fantásticos y otros que no lo son tanto, simplemente damos espacio para que, si otros sienten lo mismo, puedan expresarlo, descargarlo y continuar disfrutando de todos esos momentos hermosos de la maternidad y la paternidad con absoluta libertad, sin miedo a ser juzgados por nadie por expresar lo que sienten. Y, soltando toda esta extraña sensación de "no puedo más pero no lo voy a expresar", soltamos un lastre innecesario y que dificulta nuestra comunicación, nuestra vivencia plena de la crianza y la de nuestro bebé. Porque a la gran pregunta de: "¿le ocurre a alguien más o es que yo soy mal padre/mala madre?". La respuesta es que a todos nos ha pasado. Todos nos hemos sentido superados, estresados o hemos sentido que no podríamos en algún momento.
Conozco muchas familias y muy pocas puedo nombrar a las que no les haya ocurrido esto, que no hayan sentido en algún momento con el primer hijo, o con el segundo, o con los siguientes incluso ese “no puedo más”, esa especie de “estafa”, ese “engaño” de que todo es maravilloso. Pero todas ellas aman a sus hijos, los crían desde ese amor y buscan siempre lo mejor para ellos. Porque todos estamos presionados por el tiempo, las circunstancias económicas, el entorno familiar o social en general, nuestras propias expectativas, el trabajo, nuestras creencias... Todos llevamos una enorme mochila que pesa...
No pasa absolutamente nada. No dejamos de merecer ser padres, nuestro bebé no enferma ni piensa que
no le amamos, nuestro amor por él no desaparece ni le abandonamos. Simplemente reconocemos, conocemos y aceptamos que tenemos momentos en los que no todo es luz, que no vivimos en una felicidad permanente las 24 horas por mucho que seamos felices porque la personita que más amamos está con nosotros/as y está sana y feliz. Y simplemente nos damos permiso para reconocer que tenemos momentos fantásticos y otros que no lo son tanto, simplemente damos espacio para que, si otros sienten lo mismo, puedan expresarlo, descargarlo y continuar disfrutando de todos esos momentos hermosos de la maternidad y la paternidad con absoluta libertad, sin miedo a ser juzgados por nadie por expresar lo que sienten. Y, soltando toda esta extraña sensación de "no puedo más pero no lo voy a expresar", soltamos un lastre innecesario y que dificulta nuestra comunicación, nuestra vivencia plena de la crianza y la de nuestro bebé. Porque a la gran pregunta de: "¿le ocurre a alguien más o es que yo soy mal padre/mala madre?". La respuesta es que a todos nos ha pasado. Todos nos hemos sentido superados, estresados o hemos sentido que no podríamos en algún momento.
Conozco muchas familias y muy pocas puedo nombrar a las que no les haya ocurrido esto, que no hayan sentido en algún momento con el primer hijo, o con el segundo, o con los siguientes incluso ese “no puedo más”, esa especie de “estafa”, ese “engaño” de que todo es maravilloso. Pero todas ellas aman a sus hijos, los crían desde ese amor y buscan siempre lo mejor para ellos. Porque todos estamos presionados por el tiempo, las circunstancias económicas, el entorno familiar o social en general, nuestras propias expectativas, el trabajo, nuestras creencias... Todos llevamos una enorme mochila que pesa...
Por eso es importante darse permiso. Porque sin culpabilidad ni miedo a que nadie nos juzgue podemos mirar con más calma lo que nos ocurre, lo que sentimos y cómo lo sentimos para ser más conscientes. Sin miedo, podemos vivir la crianza de nuestros hijos con más intensidad, con más consciencia y de un modo más pleno y seguro.
Y, sin culpa ni miedo, podemos confiar más en nosotros mismos como madres y padres, en nuestras capacidades, nuestro instinto infinitamente sabio y nuestra conexión emocional con ese pequeño bebé al que amamos profundamente. Sin culpa ni miedo podemos ser nosotros como padres, como familia, y disfrutar mucho más.
Sí, y también me he sentido superada. ¿Y tú?
Y, sin culpa ni miedo, podemos confiar más en nosotros mismos como madres y padres, en nuestras capacidades, nuestro instinto infinitamente sabio y nuestra conexión emocional con ese pequeño bebé al que amamos profundamente. Sin culpa ni miedo podemos ser nosotros como padres, como familia, y disfrutar mucho más.
Sí, y también me he sentido superada. ¿Y tú?
Beatriz Fernández
Doula en todas las etapas de la maternidad,
especializada en duelo y nuevos caminos maternales.
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