miércoles, 20 de agosto de 2014

ADULTOS, MANUAL DE INSTRUCCIONES

Quien me conoce sabe que no soy persona que “ataque” gratuitamente y a la ligera nada. Muy al contrario, reviso cada cuestión que me llega y reflexiono sobre ella, tratando de sacar algo constructivo de ella, aunque parezca radicalmente opuesta a lo que pienso, siento o soy, de entrada.
Explico esto porque quien me lee o me conoce se sentirá algo confus@ con esta intervención que tiene delante, pues es un ataque, una crítica, una expresión franca y clara de repulsión hacia algo que, por más que reflexiono, reviso o cuestiono no deja de parecerme de todo punto inaceptable.

Cierto es que vivimos en una sociedad en la que en ocasiones parece que disfrutamos despreciando o menospreciando a otros, o directamente agrediéndoles. Da igual que lo hagamos porque sean de sexo diferente, porque tienen diferentes tendencias sexuales, porque son de menor estatura, de mayor o menor peso, porque cuenten con mayor o menos formación académica, tengan mayores o menores habilidades en cualquier campo… o porque tengan menos edad que nosotros. Y ahí voy: a los más pequeños.

Todos hemos escuchado la expresión “infantilizar”, es decir, tratar a otro como si fuera un niño. Y realmente no es una expresión positiva, sino todo lo contrario. Cuando tratamos a otro como si fuera un niño le ponemos por debajo de nosotros, le presuponemos menos conocimientos, habilidades, capacidad de comprensión o decisión… o madurez. Es decir, que todas esas carencias son las que atribuimos a los niños, y por ello cuando “infantilizamos” atribuimos todo ello a un adulto.
Es evidente que los niños tienen menos experiencia, menos conocimientos en diversas cuestiones y todo un mundo por conocer. Pero de base considerarlos “inferiores” por ese motivo es una clara y auténtica falta de respeto hacia su persona y sus capacidades. Y la presuposición de que nosotros somos superiores que, en muchos casos, nos lleva a pensar que hemos de “domesticarlos”, “domarlos” y cosas similares. Pero, señores, un niño es una persona en desarrollo y evolución, que quizás es lo que de adultos se nos olvida: desarrollarnos y evolucionar, aprender cada día.

La falta de respeto hacia los más pequeños es, de entrada, intolerable. Pero cuando viene del mundo de la enseñanza, psicología infantil y pedagogía (supuestos estandartes del conocimiento sobre el desarrollo infantil que han de informarnos y guiarnos en los procesos en los que están especializados) adquiere tintes dramáticos e incurre en una irresponsabilidad insostenible.

En muchas ocasiones hemos de aguantar que se publiquen guías y postulen teorías sobre cómo conseguir
que los niños sean como deseamos, que se ajusten a nuestras necesidades y a lo que esperamos de ellos nosotros, que se adapten a la sociedad que hemos creado y seguimos sosteniendo. Hemos tenido que ver en programas de televisión cómo se trata a niños y sus dificultades de comportamiento culpabilizándolos en lugar de decir claramente a los padres que muchas veces nuestra falta de herramientas, nuestra vida apresurada o nuestras propias carencias personales han podido propiciar que nuestros hijos entiendan que esos comportamientos, incluso autolesivos, son el camino para comunicarse con nosotros.

Pero, no contentos con editar guías, escribir artículos, ofrecer cursos y emitir programas sobre las técnicas a aplicar para “domesticar” a los niños bajo diversos títulos que ya presentaban ciertas carencias en lo que a respeto por ellos se refiere, ahora también hemos de ver en las librerías un “Niños: manual de instrucciones”. ¿En serio no había un mejor título? ¿Uno menos ofensivo? ¿Menos “cosificador”?

Yo me pregunto (porque estas líneas no son fruto de mi gran indignación inicial, sino que vienen tras reflexión) qué pasaría si alguien escribiera un libro titulado “Mujeres: manual de instrucciones”. ¿Nadie protestaría? ¿Ninguna asociación feminista levantaría la voz y pediría su retirada inmediata de las librerías? ¿A nadie le sonaría falto de respeto y discriminatorio? Porque a mi me molestaría profundamente, la verdad. ¿Harían cola para que el autor se lo firmara?
Esto es lo que ha pasado en la Feria del Libro de Madrid, espacio donde la persona responsable de este libro firmaba ejemplares en el fin de semana de inauguración del evento y donde se acumulaba una larga cola de padres que, con sus hijos de la mano, iban a adquirir un ejemplar de esta obra de inefable título.

Y yo pido a todos una reflexión profunda sobre cómo tratamos a los niños, cuanto podemos llegar a faltarles al respeto, cómo podemos insensibilizarnos ante las constantes faltas de respeto que reciben, menospreciándoles como personas sólo por ser de menor edad. Por estar creciendo. ¿Acaso no lo estamos todos o eso debería ser?


Quizás es que hemos de escribir un “Adultos: manual de instrucciones”.


Bea Fernández, Madre, Educadora Infantil y Doula
serdoulasmadrid@gmail.com

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