Quien me conoce sabe que no soy persona que “ataque”
gratuitamente y a la ligera nada. Muy al contrario, reviso cada cuestión que me
llega y reflexiono sobre ella, tratando de sacar algo constructivo de ella,
aunque parezca radicalmente opuesta a lo que pienso, siento o soy, de entrada.
Explico esto porque quien me lee o me conoce se sentirá algo
confus@ con esta intervención que tiene delante, pues es un ataque, una
crítica, una expresión franca y clara de repulsión hacia algo que, por más que
reflexiono, reviso o cuestiono no deja de parecerme de todo punto inaceptable.
Cierto es que vivimos en una sociedad en la que en ocasiones
parece que disfrutamos despreciando o menospreciando a otros, o directamente
agrediéndoles. Da igual que lo hagamos porque sean de sexo diferente, porque
tienen diferentes tendencias sexuales, porque son de menor estatura, de mayor o
menor peso, porque cuenten con mayor o menos formación académica, tengan
mayores o menores habilidades en cualquier campo… o porque tengan menos edad
que nosotros. Y ahí voy: a los más pequeños.
Todos hemos escuchado la expresión “infantilizar”, es decir,
tratar a otro como si fuera un niño. Y realmente no es una expresión positiva,
sino todo lo contrario. Cuando tratamos a otro como si fuera un niño le ponemos
por debajo de nosotros, le presuponemos menos conocimientos, habilidades,
capacidad de comprensión o decisión… o madurez. Es decir, que todas esas
carencias son las que atribuimos a los niños, y por ello cuando
“infantilizamos” atribuimos todo ello a un adulto.
Es evidente que los niños tienen menos experiencia, menos
conocimientos en diversas cuestiones y todo un mundo por conocer. Pero de base
considerarlos “inferiores” por ese motivo es una clara y auténtica falta de
respeto hacia su persona y sus capacidades. Y la presuposición de que nosotros
somos superiores que, en muchos casos, nos lleva a pensar que hemos de “domesticarlos”,
“domarlos” y cosas similares. Pero, señores, un niño es una persona en
desarrollo y evolución, que quizás es lo que de adultos se nos olvida:
desarrollarnos y evolucionar, aprender cada día.
La falta de respeto hacia los más pequeños es, de entrada,
intolerable. Pero cuando viene del mundo de la enseñanza, psicología infantil y
pedagogía (supuestos estandartes del conocimiento sobre el desarrollo infantil
que han de informarnos y guiarnos en los procesos en los que están
especializados) adquiere tintes dramáticos e incurre en una irresponsabilidad
insostenible.
En muchas ocasiones hemos de aguantar que se publiquen guías
y postulen teorías sobre cómo conseguir
que los niños sean como deseamos, que
se ajusten a nuestras necesidades y a lo que esperamos de ellos nosotros, que
se adapten a la sociedad que hemos creado y seguimos sosteniendo. Hemos tenido
que ver en programas de televisión cómo se trata a niños y sus dificultades de
comportamiento culpabilizándolos en lugar de decir claramente a los padres que
muchas veces nuestra falta de herramientas, nuestra vida apresurada o nuestras
propias carencias personales han podido propiciar que nuestros hijos entiendan
que esos comportamientos, incluso autolesivos, son el camino para comunicarse
con nosotros.
Pero, no contentos con editar guías, escribir artículos,
ofrecer cursos y emitir programas sobre las técnicas a aplicar para
“domesticar” a los niños bajo diversos títulos que ya presentaban ciertas
carencias en lo que a respeto por ellos se refiere, ahora también hemos de ver
en las librerías un “Niños: manual de instrucciones”. ¿En serio no había un
mejor título? ¿Uno menos ofensivo? ¿Menos “cosificador”?
Yo me pregunto (porque estas líneas no son fruto de mi gran
indignación inicial, sino que vienen tras reflexión) qué pasaría si alguien
escribiera un libro titulado “Mujeres: manual de instrucciones”. ¿Nadie
protestaría? ¿Ninguna asociación feminista levantaría la voz y pediría su
retirada inmediata de las librerías? ¿A nadie le sonaría falto de respeto y
discriminatorio? Porque a mi me molestaría profundamente, la verdad. ¿Harían
cola para que el autor se lo firmara?
Esto es lo que ha pasado en la Feria del Libro de Madrid,
espacio donde la persona responsable de este libro firmaba ejemplares en el fin
de semana de inauguración del evento y donde se acumulaba una larga cola de
padres que, con sus hijos de la mano, iban a adquirir un ejemplar de esta obra
de inefable título.
Y yo pido a todos una reflexión profunda sobre cómo tratamos
a los niños, cuanto podemos llegar a faltarles al respeto, cómo podemos
insensibilizarnos ante las constantes faltas de respeto que reciben,
menospreciándoles como personas sólo por ser de menor edad. Por estar
creciendo. ¿Acaso no lo estamos todos o eso debería ser?
Quizás es que hemos de escribir un “Adultos: manual de
instrucciones”.
Bea Fernández, Madre, Educadora Infantil y Doula
serdoulasmadrid@gmail.com
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