Y, desde la posición de quienes creemos en el parto como algo natural, no se trata de decir que el parto no duele aunque haya un porcentaje de mujeres que aseguran que no han sentido dolor intenso o que incluso han sentido placer en la llegada de sus bebés (las revisiones estiman que esto sucede a un porcentaje de entre el 7 y el 14% de los partos, cifra nada despreciable) No se trata tampoco de demonizar las intervenciones que las mujeres deciden libremente tras haberse informado de todos los inconvenientes y ventajas de aquello que eligen, por ejemplo la analgesia. Pero tampoco podemos olvidar que si el parto duele es por motivos físicos, psicológicos y emocionales. No sólo porque el bebé haya de llegar al mundo a través del cuerpo de su madre y éste deba abrirse para que el milagro vital suceda.
Efectivamente el dolor en la actualidad está absolutamente identificado con la patología y, en ese sentido, quizás deberíamos arrancar la palabra “dolor” del proceso absolutamente fisiológico que supone un parto. Tal vez deberíamos comenzar por desterrar esa palabra de nuestro vocabulario al referirnos a los partos puesto que, de algún modo, los incluimos en la categoría de patologías al vincularlos al dolor. Y es que la reacción inmediata de una persona en nuestra sociedad a día de hoy en general cuando tiene un dolor del tipo que sea es utilizar el fármaco o la técnica necesaria para aliviarlo y, acto seguido, buscar el mal en el que se origina tal molestia y eliminarlo o hacer que finalice cuanto antes. Pero el parto, el nacimiento de nuestro bebé, no es un mal. Es un momento de poder, de amor, de entrega, de generosidad, de plenitud. El mayor de nuestra vida si somos madres.
El dolor siempre ha existido. Siempre se ha hablado de ese dolor del parto y, aunque sea un dolor no patológico, siempre se ha intentado aliviar, aunque en general en las culturas antigüas se ha aceptado como algo perfectamente natural. Se ha aliviado con masajes, con cantos, con movimiento, con tratamientos naturales, con calor localizado… cada momento de nuestra historia y cada cultura ha tenido sus propias herramientas para hacerlo.
Y la herramienta por excelencia en nuestro momento y nuestra cultura es la epidural.
El dolor siempre ha existido. Siempre se ha hablado de ese dolor del parto y, aunque sea un dolor no patológico, siempre se ha intentado aliviar, aunque en general en las culturas antigüas se ha aceptado como algo perfectamente natural. Se ha aliviado con masajes, con cantos, con movimiento, con tratamientos naturales, con calor localizado… cada momento de nuestra historia y cada cultura ha tenido sus propias herramientas para hacerlo.
Y la herramienta por excelencia en nuestro momento y nuestra cultura es la epidural.
No queriendo entrar en analizar el método en sí a nivel médico porque no creo que me corresponda, ni entrando a valorar en si realmente es el más idóneo porque realmente creo que cada mujer y cada parto es un mundo, sí que tenemos que reconocer que ha sido y en muchos casos sigue siendo la estrella de la “buena atención al parto” en los hospitales. Un hospital que no cuenta con anestesistas que administren epidurales en los partos es un hospital con un catálogo de servicios pobre y con una calidad de atención al paciente igualmente pobre. Así es como se ve desde la sociedad actual. ¿Por qué? Porque el dolor es malo, es síntoma de que algo no va bien. Y hemos de utilizar todos los medios a nuestro alcance para eliminarlo. Y, si estamos en un hospital, estos medios han de ser farmacológicos según la visión y la definición actual de la atención hospitalaria que nuestra sociedad entiende como adecuada.
A menudo escuchamos a mujeres que basan la elección del hospital en el que darán a luz en el hecho de si la epidural está disponible las 24 horas o no. Precisamente porque es un indicador de “buena calidad asistencial” a las embarazadas.
A menudo escuchamos a mujeres que basan la elección del hospital en el que darán a luz en el hecho de si la epidural está disponible las 24 horas o no. Precisamente porque es un indicador de “buena calidad asistencial” a las embarazadas.
Entonces, en este punto de consciencia colectiva, ¿cómo podemos reprochar a las mujeres que deseen quitarse ese dolor?¿cómo podemos pedirles que se hagan responsables de ese dolor y de aprender a manejarlo con las técnicas que mejor les vengan? Si todo el mundo les dice que es terrible, que es inaguantable, que no tienen por qué pasar por él si sólo se ponen la epidural… Si el dolor es sinónimo de enfermedad, ¿cómo les pedimos que no lo teman?¿Cómo les pedimos que no “naveguen” en contra de sus contracciones durante el parto?¿Tenemos derecho a decir a una mujer que debía haberse preparado antes y que ahora ha de aguantar el dolor y no ponerse la epidural?¿Tenemos derecho a recriminar la petición de la epidural en una mujer de parto utilizando el lenguaje del miedo o del reproche camuflado?¿Está eligiendo libremente esa mujer que llega al parto no queriendo epidural pero no habiendo trabajado todo lo que significa el dolor cultural y emocionalmente?¿Somos quizás alguien para decirle: ahora no la pidas, que no la querías?
Cuando un piloto de motos profesional corre a 200 kms por hora en un circuito sabe que puede caerse y hacerse daño o incluso morir. Sabe que un día u otro llegará el momento de la caída y que le dolerá. Que a todos les ocurre en alguna ocasión. Ha elegido conscientemente correr ese riesgo sabiendo que llegará el día en el que algo sucederá y sufrirá alguna lesión. Y no por ello cuando se cae y se hace daño le decimos que debería haberse preparado para ese dolor que iba a sufrir. No. Decimos desde el sofá de nuestra casa “pobre, ¡qué cara de dolor! Se ha debido hacer mucho daño”. Sentimos compasión por el sufrimiento de ese piloto que vemos con cara de haberse roto 10 huesos.
Entonces cómo a nuestras congéneres les podemos decir que se aguanten. Que no hay opciones, que han de ser las valientes Diosas dadoras de vida que ni se quejan del dolor ni lo manifiestan e incluso lo agradecen. Existen aparatos, técnicas, terapias… Y sí, algunas pueden ser “el mal menor” porque las sensaciones y efectos que producen pueden no ser lo ideal en un parto, pero también porque sí existe un mal menor cuando se trata del sufrimiento. Y si una mujer que ha elegido no administrarse epidural sufre en su parto, sufre de verdad, entonces se puede angustiar, se puede bloquear y perderse en el mar de sensaciones negativas que quizás la arrastre si no se entrega a él en su parto… ¿qué debe hacer? ¿Y nosotros? ¿La dejamos en su tormenta o dejamos de juzgarla por elegir el mal menor y apoyamos su decisión sea cual fuere? Si hacemos lo primero, elegimos quitarle su parto de algún modo a esa mujer, presionarla para que haga lo que nosotros esperamos de ella, ejercemos la tiranía del “poderoso”, del que no está viviendo ese parto, sino que está en el exterior. Juzgando, valorando, opinando… Dominando.
No olvidemos que, como decía antes, el dolor del parto siempre ha existido (recordáis todos la
sentencia de "parirás con dolor", ¿verdad?) Y recordemos que las mujeres siempre lo han manejado de un modo u otro, que las técnicas siempre han estado ahí (evolucionando, pero sin perder la esencia) Desde el soporte emocional que todas las antigüas culturas muestran en las representaciones artísticas de los partos, hasta los cantos de la India y de muchos algunas sociedades tribales, pasando por el movimiento que muchas mujeres realizan y realizaban durante el trabajo de parto, la aplicación de calor o cataplasmas en las zonas lumbares, técnicas de respiración o relajación, la reflexología o la acupuntura y otras terapias y técnicas comunes en muchos lugares del mundo que no estaban comunicados entre sí pero que llegaban a las mismas soluciones cuando era necesario. Y a ellas, a día de hoy, se han unido otras más "tecnológicas" como la aplicación del Tens, el uso de Entonox y algunas otras.
Pero, sobre todo, no olvidemos que ningun@ de nosotr@s podemos juzgar el parto de una mujer, su capacidad física, psicológica o emocional para vivir el momento de su parto. Es su parto, su vivencia, su carga emocional y psicológica por sus experiencias vitales previas, su educación, sus conocimientos sobre lo que supone el parto y la maternidad, sus herramientas vitales… nada de ello es nuestro. Así que no podemos decidir por ella y ni tan siquiera juzgar si es o no la mejor opción por mucho que la evidencia científica indique que la opción que maneja la mujer es mejor o peor. Porque tampoco los estudios científicos y las teorías contrastadas abarcan al 100% de la población, porque cada ser humano es único e irrepetible. Y cada parto, cada bebé y cada mujer también lo son.
Cuando un piloto de motos profesional corre a 200 kms por hora en un circuito sabe que puede caerse y hacerse daño o incluso morir. Sabe que un día u otro llegará el momento de la caída y que le dolerá. Que a todos les ocurre en alguna ocasión. Ha elegido conscientemente correr ese riesgo sabiendo que llegará el día en el que algo sucederá y sufrirá alguna lesión. Y no por ello cuando se cae y se hace daño le decimos que debería haberse preparado para ese dolor que iba a sufrir. No. Decimos desde el sofá de nuestra casa “pobre, ¡qué cara de dolor! Se ha debido hacer mucho daño”. Sentimos compasión por el sufrimiento de ese piloto que vemos con cara de haberse roto 10 huesos.
Entonces cómo a nuestras congéneres les podemos decir que se aguanten. Que no hay opciones, que han de ser las valientes Diosas dadoras de vida que ni se quejan del dolor ni lo manifiestan e incluso lo agradecen. Existen aparatos, técnicas, terapias… Y sí, algunas pueden ser “el mal menor” porque las sensaciones y efectos que producen pueden no ser lo ideal en un parto, pero también porque sí existe un mal menor cuando se trata del sufrimiento. Y si una mujer que ha elegido no administrarse epidural sufre en su parto, sufre de verdad, entonces se puede angustiar, se puede bloquear y perderse en el mar de sensaciones negativas que quizás la arrastre si no se entrega a él en su parto… ¿qué debe hacer? ¿Y nosotros? ¿La dejamos en su tormenta o dejamos de juzgarla por elegir el mal menor y apoyamos su decisión sea cual fuere? Si hacemos lo primero, elegimos quitarle su parto de algún modo a esa mujer, presionarla para que haga lo que nosotros esperamos de ella, ejercemos la tiranía del “poderoso”, del que no está viviendo ese parto, sino que está en el exterior. Juzgando, valorando, opinando… Dominando.
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sentencia de "parirás con dolor", ¿verdad?) Y recordemos que las mujeres siempre lo han manejado de un modo u otro, que las técnicas siempre han estado ahí (evolucionando, pero sin perder la esencia) Desde el soporte emocional que todas las antigüas culturas muestran en las representaciones artísticas de los partos, hasta los cantos de la India y de muchos algunas sociedades tribales, pasando por el movimiento que muchas mujeres realizan y realizaban durante el trabajo de parto, la aplicación de calor o cataplasmas en las zonas lumbares, técnicas de respiración o relajación, la reflexología o la acupuntura y otras terapias y técnicas comunes en muchos lugares del mundo que no estaban comunicados entre sí pero que llegaban a las mismas soluciones cuando era necesario. Y a ellas, a día de hoy, se han unido otras más "tecnológicas" como la aplicación del Tens, el uso de Entonox y algunas otras.
Pero, sobre todo, no olvidemos que ningun@ de nosotr@s podemos juzgar el parto de una mujer, su capacidad física, psicológica o emocional para vivir el momento de su parto. Es su parto, su vivencia, su carga emocional y psicológica por sus experiencias vitales previas, su educación, sus conocimientos sobre lo que supone el parto y la maternidad, sus herramientas vitales… nada de ello es nuestro. Así que no podemos decidir por ella y ni tan siquiera juzgar si es o no la mejor opción por mucho que la evidencia científica indique que la opción que maneja la mujer es mejor o peor. Porque tampoco los estudios científicos y las teorías contrastadas abarcan al 100% de la población, porque cada ser humano es único e irrepetible. Y cada parto, cada bebé y cada mujer también lo son.
Beatriz Fernández
Doula en todas las etapas de la maternidad,
especializada en Duelo y nuevos caminos maternales.