domingo, 3 de febrero de 2013

Vivir la propia identidad

 

Muchas más cosas de las que pensamos vienen marcadas por el instinto. Muchas más de las que cualquiera de nosotros podría esperar. E incluso aunque sepamos que la maternidad es uno de los momentos de nuestra vida en los que más sale a flote el instinto, nos seguimos sorprendiendo de ello.

El instinto maternal

Por algún extraño motivo la mayor parte de la gente cree en el instinto maternal de un modo “sesgado”. Es decir, la mayoría de la gente cree que el instinto maternal hace que nos enamoremos de nuestros bebés nada más verlos al nacer, que ladeemos la cabeza sonriendo cuando nos miran o emiten cualquier sonido y que queramos cuidar y proteger a ese recién nacido. En eso cree todo el mundo. Pero parecen creer también que tal y como viene el instinto, se va. Desaparece para abrir de golpe la puerta de regreso a la mujer que éramos antes de convertirnos en madre.

Yo pienso que nada más alejado de la realidad. Si sabemos escucharla, la naturaleza nos prepara con un cierto tiempo y con mucha sabiduría para recibir a nuestro bebé. Entonces, ¿cómo podemos creer que nos dejaría en lo alto del rascacielos para permitirnos caer de golpe al suelo desde el que nos ha subido? ¿cómo podemos creer que la naturaleza pretende que nos adaptemos durante esa rápida caída y volvamos al punto de origen sin más?

El instinto cambia

No, realmente no funciona así. El instinto maternal, una vez instalado, nunca desaparece. ¿Cambia? Por supuesto que cambia, adaptándose a las necesidades de supervivencia de nuestra especie, que son las de nuestros bebés y las nuestras propias. Así, el instinto de una madre sana y vinculada a su bebé le dice que ha de estar disponible para responder a sus necesidades al completo durante la primera etapa de vida de ese bebé, ya que estas necesidades son siempre fundamentales para su supervivencia. Porque ese bebé es puro instinto de supervivencia.

Y así la madre lo está. Lo está aún a costa de sus propias necesidades en muchos casos. Al 100%, de un modo que muchos describirían como abnegado. Y esto, que desde fuera puede parecer un sacrificio, no lo supone para ella. Incluso parece feliz, dejando perplejos a quienes viven la situación desde fuera.

¿Obligación o necesidad?

Esa madre quizás ya no se arregla, no se ha apuntado al gimnasio, no se preocupa por si su figura vuelve a ser la misma o no, no sale a tomar algo con sus amigas, come a cualquier hora y no a la que comen el resto, no lee, ya no se conecta a internet para chatear o responder mensajes, ya no llama a las amigas… Y todos estos son ejemplos de comentarios que muchas mujeres en posparto han recibido a modo de críticas que pretendían ayudar. Todos los que dedican esta ayuda a las mujeres en posparto suelen concluir en que está “consumida por el bebé” y/o “debería atenderse más”.

Pero tenemos que plantearnos… ¿alguien le ha preguntado a esta mujer lo que realmente necesita? Si necesita algo que no tiene en ese momento. ¿O se da por hecho que sus necesidades son las mismas que las de una mujer en otra etapa vital distinta? (y que es, dicho sea de paso, otra mujer diferente).

Vivir las distintas etapas

¿A alguien le parecería lógico dar estímulos iguales a dos niños de muy distinta edad? Puede funcionar, claro. Pero dar un puzle de 200 piezas a un niño de 2 años o un sonajero a uno de 12 es algo que ni se nos pasa por la imaginación. ¿Por qué? Porque sabemos que viven etapas distintas con necesidades diferentes. Y eso que tenemos tan claro con los niños parecemos olvidarlo con los adultos.

Habrá mujeres que necesiten arreglarse o dejarse estar, hacer ejercicio o salir a pasear con su bebé, salir con las amigas o ir al parque, leer o disfrutar de una tarde de mimos y caricias con su bebé… pero no hay una norma que diga lo que todas necesitan.

Por eso juzgar lo que una mujer en posparto necesita o no sin preguntarle a ella y sin tener en cuenta que el instinto seguramente la guía en gran medida es caer en un profundísimo error.

Si queremos de verdad saber lo que necesita hemos de preguntarle. Hemos de escucharla y permitir que se escuche a sí misma. Porque cada mujer escucha de un modo diferente su instinto y tiene unas necesidades distintas. Porque cada mujer es única, su bebé también; y también su familia y su modo de vivir esa maternidad y esa familia. Porque cada mujer tiene su propia identidad femenina, su propia identidad como madre.

Beatriz Fernández
Doula en todas las etapas de la maternidad, especializada en duelo.
A Coruña y Madrid.
Correo electrónico: serdoula@gmail.com
Telf: 600218964

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